Mi Alma Indiferente
(o Libertad de Pensamiento)
Tengo el poder de la indiferencia
en las palmas de mis manos:
puedo violar a un mastodonte
o a la diosa más etérea;
colgarme en el alcohol,
o drogarme con cristales;
puedo beber un dulce néctar,
o la cebada más amarga;
ser un hombre elegante,
o algún patán siempre deseado;
puedo ser una caricia,
o mordidas instintivas;
conocer para olvidar,
y olvidar por qué conozco.
Tengo el cetro de la poca importancia
entre los dedos de mi mano:
Decir lo que pienso cuando quiero,
o querer no pensar lo que haya dicho;
presumir que nada tengo,
o esconder mis intenciones;
puedo amar un solo día
y ser amado por mil años;
caminar sobre la brisa,
o ahogarme en el pasado;
tengo ratos de tristeza,
y un hablar con sutileza;
soy el dueño de mi muerte
porque me importa, aquella suerte,
lo mismo que me vale
despertar por la mañana.
Que si el sol está nublado,
o que si llueve acalorado,
es como dejar crecer la barba
o rasurar un solo lado.
Que si subo, que si vuelvo,
que si despierto anonadado,
que si desaparézcome mañana,
o que si hay moho bajo el retrete...
Yo, sólo yo y mi indiferencia…
Nada vale, nada temo,
nada alabo ni existen juramentos;
No hay amor, no hay metas,
no hay sueños reprimidos
ni sueños qué lograr.
No hay nada; no hay cimas,
no hay suelo ni cielo
ni mismísimo infierno.
No hay nadie, no hay alma,
ni abstracciones que me muevan,
ni emociones que me animen.
Nada hay; nada…
Sólo yo y el poder que me alimenta:
La suprema, natural
e insuperable indiferencia
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