Tantas ganas tengo de ti...

Tantas ganas tengo de ti…

Tengo tantas ganas de ti,
como cruel añoranza por tu ser,
por ese cuerpo tuyo
de tu figura contorneada
por cualidades redondeadas
y formas de estricta simétría;
¡oh! de esa delicia de tus piernas
y el coquetear de sus andares,
de esa firme piel bronceada
que se asoma de repente
sobre el escote de tu espalda
y de ese atisbo ya oportuno
de tu clavícula escondida…

Tantas ganas de ti…

Tantas ganas, ¡oh! mujer…

Cada que te miro me extasío,
me vuelo y me voy de lo real,
pienso en sexo de bajezas
e imagino suciedades;
me creo escenarios codiciosos
dentro de mi mente pintoresca
e inevitable terminas siendo mía…
mía, mía y mía… y mía...
mía una y otra vez… y otra más,
como si repetir aquello me volviera
alguna especie de tu dueño,
como si entre más yo lo deseara
más real aquello fuera…

Mujer, mujer, mujer…
Me está matando este capricho,
estas ennegrecidas y terribles,
ponzoñosas y  maléficas
ganas de ti… aquí…
conmigo… ahora…

Tantas, tantas, tantas ganas…

Ganas iracundas,
viles, pervertidas,
perversas e inefables…

Quiero despojarte a besos la prudencia
y arrancarte cada prenda,
y deshacer cada costura
con mis colmillos afilados…

Si tan sólo yo pudiera
 convertir en esporas tus vestidos…

Quiero despojarte de tus telas,
arrancarlas y roerlas,
desgarrarlas y perderlas,
evaporarlas, liquidarlas,
desvanecerlas y quitarle las moléculas,
y ahí que grites asustada por aquello,
y tomarte, someterte,
beberte y degustarte
aquella poma en tu serbal,
aunque me lo niegas con palabras,
aun cuando supliques me detenga,
pues entre suspiros contrariados
lograré ser aceptado por tu cuerpo
y que luego ahí me lo pidas,
y me ruegues que te ame
y después te parta sin amor,
embistiendo con pasión,
con fuego, con deseo,
con lujuria, gula y ambición,
con codicia y nada más…
o luego todo más…

Quiero poseerte sin preludios,
así, sin pláticas ni nada,
pisoteando las palabras,
sin el momento a conocernos,
dejando entero el vino tinto
(el que te sirva en una copa)
y que no toquen tuyos labios
el cristal de ese vaso afrodisíaco…

Quisiera sorprenderte
con el beso más salvaje
para apagarte toda duda
y que te entregues sin pensarlo…

¡Tanto quiero hacerte mía!

¡Quiero arrancarte ese tiempo
en que razonas circunstancias,
en que notas el problema
y en que piensas soluciones…!

Ese problema de amagarte,
esa mía solución de privarte,
esa fabricada circunstancia
de mi rápida y feroz,
voraz y sin cautela
posesión mía de tu ser
y de ese robo del cerúleo zafiro
que encajado en tu oculta intimidad
me otorga el sabor jamás probado
del encanto en tu átomo virginal…

¡Pido que mis ósculos sutiles
dejen irresolutos tus deberes!

¡Sé que puede más un beso,
que cualquier razonamiento!

Te deseo tanto…

¡Sueño con drenarte toda fuerza
y agotarte hasta el desmayo!

Deseo tanto desnudarte
de manera fulminante
con meramente la mirada
y así entonces fornicarte,
como sea,
donde sea,
aquí y ahora,
aunque hubiera mil personas,
aunque nos miren deslumbrantes
tres millones de retinas…

¡No existe ninguna religión a más
que meterme en ese fruto tuyo
y derramarte todo el néctar
y empero salirme nunca más!

¡Dejemos que nos miren!
¡Ya paremos de esconder
esas magias de los coitos!
¡Ay!, permíteles que admiren
ese rudo modo en que te miro,
la forma en que sostengo
y paralizo todo miembro tuyo
y la manera en que te tengo,
en que te monto y te fulmino
aferrándome a tus huesos,
a tu grasa cuasi-nula
y a tu carne endurecida…

Contigo pierdo todo encanto
y toda estrategia de conquista,
pues me vuelves animal ,
me trocas en bestia descarriada
y en descarado Belcebú;
luego se me olvida toda norma
y rompo y quiebro toda regla
y me convierto en asesino
que con su daga ponzoñosa
te atraviesa toda el alma…

Si te acercas mucho a mí,
nada pienso razonable
y no contengo mis atisbos;
luego soy vasallo de mis sueños,
de mis deseos fantasiosos
y ahí peligran tus recatos
ante mis fetiches añorados…

¡Ay! Tengo fuego en la mirada,
llevo el infierno en la entrepierna,
mas a pesar de que te espantes
bendecirás, en un final planeado,
esa hoguera de mi núcleo
toda vez que me separe
de la llama entre tus piernas…

Me vale poco ser un hombre,
me importa nada ser humano,
conque prefiero ser aquel patán
que satisfecho te ha gozado
y te ha elevado al ‘más allá’
y no un simple caballero
que paciente se contenga
al veneno azucarado
de sembrarte tuyo vientre…

¡Me rehúso a acribillarme por las noches
con la cabecera de mis reproches satinados!

¡Mujer, mujer, mujer!

¡Ay!, mujer de mi universo de crueldades…

Quiero evaporarte las cubiertas
sobre tus senos anhelados
y derretir esa barrera de alba tela
que te oculta aquella esencia
que te nombra como hembra,
y llegarte como perro hacia su hueso,
como un gran búfalo encelado,
como el campeador de la galaxia
ante el áureo premio de los dioses…

¡Tantas ganas…!

¡Tantas, mujer…!

¡Ay!, te juro que no existe
en este mundo pretensioso
un capricho más temible y perseguido
que penetrarte las entrañas
a través de tu gloria vaginal,
así hasta que llores
y que te duela con deleite
y te quejes con sonrisas;
así, hasta que chillen esas voces
desinhibidas, agudas y secretas
de tus excitantes gemidos
involuntarios, repentinos,
constantes y crecientes,
y oscilados y aguzados
como metrónomo argentado
de tempo irresistible…

¡Me propongo que grites,
que aúlles y mascullas,
que gimas y maúlles,
que ladres, trines, luego mujas
 ese nombre de este ser
que te masacra sin piedades
justo en el momento divinal
en que se quiebra y se tuerce
esa sexual curva de tu espalda
cuando pretende levantarse
por los espasmos fascinantes
de ese orgasmo bien brindado;
¡oh! esa espalda de pulido cobre,
esa fascinante parabólica columna,
tan tersa, tan viva e infinita
que pareciera querer huir al cielo,
pero más se trata aquello
de acercarse al pectoral de su pastor
como queriendo agradecer
ese eximio esfuerzo exitoso
 de mi faena pseudo-histórica!

Tanta sed de ti,
de tu pasión…

He de decirte en lo sincero,
¡ay! indómita tigresa mía,
que mis intenciones son violarte
de la manera más violenta,
casi sadista y masoquista,
rosando la línea en lo prohibido,
precisando un par de azotes
entre tus músculos traseros,
hasta que aquello se convierta
en ese sexo que has buscado
por el resto de tu vida…

¡Ni aunque buscaras entre Marte,
ni entre galaxias más vecinas,
no siquiera entre soles vitalicios
o dimensiones no terrestres,
jamás, nunca y no en espacio otro,
conocerías más placer agudizado
que aquel con que subyugo a tus hormonas!

¡Uf!, puedo imaginar perfectamente
cómo, después de que te humille
por tratarte como cosa alguna,
como un precioso pedazo de carne,
luego que me venga y que te vengas,
entonces que gritado hayas
y que exhausta te desplomes,
cuando agotados yaciéramos
sobre ese lecho delictivo,
puedo formar en esta mente mía
cómo me busca aquella mano tuya
entre unas sábanas roídas y manchadas,
entre las rotas, húmedas y esparcidas
almohadas (víctimas del coliseo nuestro),
en esa infinitud de aquella cama nuestra,
y habríanme de tocar aquellas manos níveas
para abrazarme y besarme el cuello,
quizás dejando algún sutil
rastro de saliva sanadora
de aquel caudal de tu labial;
imagino cómo bajarías sobre mí,
por los hombros hacia el bíceps,
por la barbilla y los pezones,
venciéndote lenta y tiernamente
sobre el músculo de mi izquierdo pectoral,
y escucho, pues, que me dices dulcemente
con la sonrisa más sincera y satisfecha
que me amas perennemente,
y que yo soy tu futuro sin pasado,
que soy tu único universo,
tu amo, tu hombre y señor,
y que el mundo no te basta
si no estoy yo ahí contigo,
desnudo, en cuero vivo…
que harías cualquier cosa
por tenerme tuyo eternamente,
siempre y cuando te haga mía
a cada instante,
en cada hora,
en cada espacio,
en cada modo,
en cada circunstancia,
en cada posibilidad,
entre imposibilidades,
en cada universo,
en cada sueño,
en cada luna,
en cada día,
en cada paso,
en cada dimensión,
en cada pensamiento,
en cada segundo en que deseé
volver a hacerte mía…

No puedo dejar de figurarme
entre las sucias ideas de mis sesos
aquel cuerpo de diosa curvilíneo,
tan tuyo y tan perfectamente dotado,
empapado así entre sudores
(los tuyos y los míos conjugados)
y el ajetreo de tus pulmones,
y el jadeo de tu boca,
y el suspirar de tu femínea voz,
y el subibaja de tu pecho,
y el creciente mover de tus costillas,
y ese exquisito abdomen satinado
que frágilmente se ensancha y se devuelve
al respirar ese aire fumigado y saturado
con ese aromático perfume tan silvestre
del más perfecto de los sexos copulados…

Esa mirada cuasi perdida tuya que,
apuntando hacia el techo vigilante,
nos arrulla con su monotonía blanquecina
a través de las obligadas afonías reflexivas
que sobrevienen al combate cuerpo a cuerpo
en ese duelo medio infernal y demoníaco
que triunfales trazas dejan asomarse
sobre ese colchón de mi quimera…

¡Ay, más me mata el saber que aquello
no está lejos del alcance de mis manos…!

¡Si tan sólo pudiera alcanzarte la mirada!
¡Si tan sólo me atreviera a hacerte menos!
¡Si tan sólo supiera en tus sonrisas
que soy quizás algún ‘algo’ de tu plugo
que se ha mimetizado entre los lustros!

Pienso en hacerte el amor sin amarte,
más en un salvajismo ilimitado e instintivo,
libre de inhibiciones y sin monólogos mentales,
en donde luzcan los deseos primorosos…

Quiero un sexo sin jamás saber tu nombre,
pues pretendo imaginarme alguno sucio
y bautizarte con palabras de farándula barata,
como si fueras bailarina de malagüero;
añoro luego, en contraparte mía,
que nunca te olvides de este aquel
que mujer te hizo y te deshizo
soltándote la brida del libido,
y que me sueñes, así, en cada noche,
y que me encaje en tu recuerdo
como lo hace la luna dicotómica
en el limpio y nocturno manto,
y que así destelle en tuya mente
cada imagen de esa cópula violenta
en que te desprestigié el orgullo,
noche en que suprimimos los respetos,
ahí donde te amé sin amor alguno,
donde te hube rebajando a masa de materia,
donde hice realidad tus imposibles,
ahí que destruí tu dignidad de fémina
para construirte entonces con mi pericia
ese inexorable cielo mágico de placer extremo,
y, siendo aquello así, te toques luego a ti
con una mano en todos lados
y con esotra la rosada parte tuya,
y que te muerdas hasta sangrar
esos sutiles y sedosos labios lisos
que magistralmente adornan tu faz pueril;
luego, que recordando mis caricias,
te eleves nuevamente a los júbilos etéreos
para que así, extrañando nuestro Edén,
añorando a tu gran Adán en mí,
aún cuando me encuentre ausente yo,
te vuelvas loca y diabólica
con tan sólo pensar en mi piel…

Quisiera estar sobre de ti toda la vida,
encima de ese abdomen que me excita,
aplastando tus pechos con los míos,
asfixiándote la dulce boca tuya
con estos mis labios ambiciosos,
mordíéndote la flamenca sonrisa,
esclavizándote los carnosos muslos
y sometiendo tu parabólica cintura
en ese vaivén de tus caderas
que, aun estando avasalladas
por mi ineludible peso varonil,
tanto buscan quebrar esas cadenas
del metrónomo preciso de mi miembro
imparable, inquebrantable,
veloz y muy exacto,
como si quisieras tú tomar control
de aquella escena masoquista,
como si ya posible fuera aquello,
con esa ingenua ilusión tuya
de estar sobre mi cuerpo viril,
arriba de mi soma, de mi carne…

Mas, ¡oh! mujer atenta y bien oyente,
aguza tus sentidos delicados,
pues, después de todo lo antedicho
(escucha bien lo que te digo),
tú, mujer y madre de mis más atrevidas fantasías,
te digo, finalmente y más honesto,
que aunque unilateral parezca todo,
aun cuando yo te suene a mero macho
y no obstante de mis palabras tan terribles
y a pesar de enaltecerme con cumplidos
(auto-procurados y escogidos),
bien existe un trofeo para ti
en aquella entrega de tu carne abrasada
en el carbón de ese acecho de aquel mío,
pues tras un eón de hacerte mía,
¡oh! mujer de lumbre etérea,
tal vez –y sólo tal vez –,
me enamore de tu esencia,
reconozca el mundo de tu ser
y quizás te deje hacerme tuyo
y acaso te permita controlarme…

Y es que colmando mis instintos animales,
tras cansar a ese desenfrenado minotauro
con que se viste mi naturaleza varonil,
 posiblemente luego en un momento,
se aparezca el hombre que hay en mí,
y que saliendo de esa prisión de laberinto,
llegue yo a escucharte, atenderte y entenderte,
y te confíe mi vida nueva enteramente
y te revele mis secretos más profundos
y te muestre mi angustia existencial
y te autorice a bien domarme,
a acorralarme, guiarme y conducirme,
y así en tus brazos me desplome a tus deseos…

Quizás yo en ese mismo instante
 me permita celebrarte, loarte y aplaudirte,
esa grandiosa y heroica conquista
que tú habrás logrado sobre mí,
para que entonces lo presumas,
te vanaglories y lo grites
y que de ese modo tú te hagas
lo que quieras con mi vida
y me hipnotice a tu mirada
y te mire con cariño
y me vuelva ese vasallo
en quien tanto tú esperaste
que te amara por milenios…

Y ahí te besaré del modo más gentil
en la frente y en los labios,
en la nariz y las mejillas,
en la crisma y en los ojos;
te abrazaré cuando me vaya,
aceptaré tus bendiciones,
te extrañaré cuando te tardes
y te volveré a echar de menos
antes que amanezca en cada sol
por saber que ya te irás a algún allá…

Luego al caminar entre esa gente
a la que tanto temías en ayeres
por sus rumores de llamarte
prostituta de mi juego,
entre ellos andaremos bien derechos
y de mi mano tomaré aquella tuya
para que, sin pena y sin temores,
nos paseemos por las nubes
de nuestro propio mundo idóneo:
tú a mi lado y yo del tuyo;
tú con tu nuevo caballero,
yo con esa dulce y adorable damisela
que lumbre guarda entre sus piernas…


No hay comentarios:

Publicar un comentario