Mujer (te bautizo perfecta...)

Mujer (te bautizo perfecta...)

Te bautizo perfecta,
mas no por tus labios,
ligeramente asimétricos,
que me atraen como un par
de tabúes magnéticos…

Te admiro como bella,
pero no por tu figura
ni por la délfica silueta
de tu parabólica cintura…

Te antojas tanto sin defectos
a los ojos de este asombrado
que aún en mil intentos vagos
no te separa la mirada.

¡Ay!, te instauro en el Olimpo
y te descuello entre sus pueblos;
luego al mundo te devuelvo
y entre pecados te ventilo;
mas ni así un cabello se te encrespa
pues perfecto era tu pelo…
¡ay, ello y todo tu recuerdo!

Te me figuras elegante,
segura de tu esencia,
caminante,
ausente de las dudas,
confiada en tu futura
conjetura de otro mundo
(paralelo y existente),
y marchando dejas rastro
de laureles y de olivos;
y sabiéndolo no gritas
pues callada dices más…
y así,
así y sólo así,
la sabiduría te persigue
sin tocar conocimientos…

Te me adueñas de mis ojos,
me desmayo,
vuelvo en mí,
me asesinas,
me revives,
me sonríes,
te me alejas…
y tu mirada no regresa…
o de reojo me señala,
indiferente pero humana…
o, tal vez,
me besa inentendible
y me muestra un interés
que no descifro ni con sueños…

¡Te apoderas de mi mente
logrando persuadirme
que yo soy el que conquista
cuando tu fugaz estratagema
seduce al iluso invencible!

¿Quién más que tú, mujer,
prefiere sutileza
ante el asombro encarecido
de aquel que,
sin saberlo ni en sospecha,
inventa y edifica
ese planeta fantasioso
que se origina en el núcleo
de tu plugo silencioso?

Inigualable y justa caprichosa,
tú, largui-observadora del augurio,
domadora de ese animal que te persigue,
de ese pragmático cuasi-ingeniero de todo,
tú que te atreves a tragar la amarga sábila
del saber una verdad para callarla,
pues convienes que ello es requerido
para alcanzar… algo…
algo alto y alejado…
algo escondido e inconcebible
al varón que te persigue…

Tú…
tú que a diferencia de este imberbe,
distinta a este ensayo de hombre maduro,
te conoces la fórmula intachable
para el éxito de la concordia de esta raza;

A ti…
A ti que tanto y tanto y tanto
te esperabas estas letras,
ocultas tras los dientes
del orgullo masculino,
debo confesarte cosa cierta…

Eres, a estos ojos infantiles,
admirable y envidiable,
adorable y fascinante,
interesante, fastuosa,
vastamente convergente y,
por ello mismo,
inentendible,
ininteligible,
pero a un mismo tiempo
accesible, comprensiva,
paciente y sabedora…

Eres extraña,
extraordinaria,
extrahumana,
extraterrestre,
alienígena de un mundo extraño,
rareza en un planeta orgulloso,
salvadora heroica de la raza débil,
profeta al pueblo destinado a la nada…

A ti,
mujer, mujer, mujer…
a ti que silencias bocas,
sumisa entre sonrisas,
siempre elegante
y sin duda glamorosa
(a pesar de todos y de todo,
pues aun la mínima sugestión
se retuerce, se disipa,
se transforma y se florece
en la obra de tu excelsa desnudez),
¡ay!, a ti, suspiro de mi vida,
te debo algo impagable…

Tú,
hermosura inhallable…
¡Te tengo enfrente,
mas aún te busco!
Y aquí te existes:
te veo,
te sueño,
te figuro mía
y me armo de lanzas y de grebas
para querellarte ante cualquiera:
sean los hombres de intenciones,
sus afanes de trofeo,
toda regla o toda norma,
tus ancestros o mi alcurnia,
tu pasado contra mi futuro,
tu futuro contra mi destino,
mi destino contra el universo,
el universo contra mis deseos,
y mis deseos…
¡de ellos nada si es tu modo de quererlo!

Y te idealizo sin saberte,
y cavilando me doy valor,
pero al volverte me disipas;
entonces, me flagela mi consciencia,
me humillo,
me rebelo,
te recuerdo
y me vuelvo nuevamente caballero…

Mujer que a mis ojos envenenas
y a mi alma la incineras,
no es capricho ni poder,
ni haberme de tu amor,
ni quererme tu querer,
lo que anhelo en lo posible de un mañana
o la espera de un “tal vez”…
¡Ay, una mínima duda
que me calme y me encandile!

Tú, exquisita, divina y necesaria,
sé que bien lo sabes,
mas sin deber te lo recuerdo:
los perversos somos hombres:
la imperfección no es ajena
mas ronda a nuestra especie…

¡Ay, impecable encantadora,
una memoria he de grabarte:
la nube que desciende
para quedarse
entre aromas disolutos
se convierte en simple viento!
No nos vengas, pues,
como profecía que fracasa
por venir sin un engaño,
mas como fiera
que a su presa la atesora,
conque el hombre sólo quiere
y en su esencia no comprende
que los males le denigran…

¡Ay!, tú, tú ilusión inquebrantable,
sábete que no soy el hombre que tú esperas,
no soy el príncipe que sueñas
ni el que devora tus anhelos,
sino esa cosa que te mide
con la métrica que vales.

¡Ay!, si solamente se pudiera
que en un relámpago entendieras
que mis ojos son inmunes
a la costumbre hacia tu esencia,
y que si un día se apagaran
las palabras de mi boca,
como cirios consumidos,
por probarte enteramente,
aún así, insatisfecho me volviese
en un esfuerzo
querellante ante mi plugo
y lograría sin recatos
que aquella
(tu beata sonrisa),
fuera la oriflama en mi castillo:
nuevamente
y cuantas veces necesario…

Aquí,
si bien sincero te las verso,
mi futuro no es honesto;
mas ello no lo entiendo,
pues intenciones siempre tengo,
que cual íncubo impiadoso
me seducen y me tientan,
y me convencen sin esfuerzo
de la pureza de mis actos…
mas…
¡ay, el oprobio, mujer, el oprobio…!
¡El oprobio reina en mis acciones!

¡Ay!, de nos los hombres,
víctimas y predadores,
humanos y polutos,
corruptos y mundanos,
pensantes convenientes
y convincentes destructivos…
reprochable mezcolanza,
mas necesaria para que cuaje
el yeso celestial
que nos brilla y nos permite,
nos guía y nos integra,
nos mantiene como somos
y con paciencia nos espera,
nos aguarda,
y sin dudas se lo piensa,
que llegará un día el instante,
en la oscura eternidad,
en que sabremos llegar a aquella altura
donde viven y revuelan sus mentes:
ellas que miran y deducen
la única e inamovible
certeza verdadera…

Mas, ¡oh!, perfecta,
no serías ello si una falla te faltase,
y aquella no es otra
que la misma espera
de esta bestia
que en un abismo te asemeja…

Quiero decirte
(rasgando sigiloso
la seda persuasiva),
que… ¡soy ese único “yo”
que retaría a lo imposible,
seduciría a lo prohibido,
tentaría al mismo intento
y entre tabúes se revolcaría
para adecuar los hechos
a tus dulces fantasías!

Yo…
yo, mujer, te bautizo perfecta,
mas no porque a las fallas te resistas;
tampoco porque el Sol te bese el paso…

Te declaro como máxima cualidad del hombre,
pues aún sabiendo que te miras sin defectos
te pronuncias imperfecta para volverte sólo,
sencillamente y admirablemente… humana…

A ti, envidiable ser, te llamo por tu nombre: “Mujer”,
pues no existe (ni existirá jamás)
sinónimo que te describa a más,
para entenderte como ininteligiblemente se logra:
una sencilla y perfecta imperfección: Mujer…

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